Con este cuento sonoro de Isabela Méndez presentamos la propuesta de lectura en voz alta «EL LATIDO DE LO ESCRITO» dentro del proyecto «Textos para comer por el oído»,en desarrollo en este blog.

Título del cuento: «La musa arrugada» © ®
Título del dibujo: «Entre arrugas» (Técnica mixta) © ®
Texto, dibujo y voz: Isabela Méndez
Grabación y diseño sonoro: Rolando Alonso
Música:
The Carol Of The Bells (George Winston)
Chopin Prelude Op. 28 No. 24 in D Minor (Ashkenazy plays)
Opening (Philip Glas)
Christina Dies (Piano Yanni)
Antarctica Echoes (Vangelis)
Allegro non molto (Vivaldi)
Este no es un producto comercial.
Forma parte de la propuesta de lectura en voz alta «EL LATIDO DE LO ESCRITO», dentro del Proyecto «TEXTOS PARA COMER POR EL OÍDO» en desarrollo en este blog.
Todos los derechos reservados © ®
El cuento:
LA MUSA ARRUGADA
Autora y voz: Isabela Méndez
Era tarde, el silencio aturdía.
Luego de increpar a su musa mirando al vacío, dijo en un tono contenido y repleto de rencor:
–¡Yo solo quería pintarte! Eres una musa vieja y desvencijada, ya no me sirves.
Acto seguido arrugó con todas sus fuerzas el boceto que estaba haciendo y lo echó en el cubo de la basura.
–Yo tengo los pinceles, el agua, el carboncillo, la tinta, los papeles, el lienzo… ¡Qué te habrás creído! Si mi noche es larga, más larga será la tuya, musa egoísta que me dejas en sombras.
Transcurridas unas horas, en medio del sueño la mujer escuchó ruidos. Estuvo aterida entre las sábanas, el miedo no le permitía levantarse. Tras esperar elásticos minutos en la oscuridad, de nuevo se quedó dormida.
Al despuntar el alba se levantó cautelosa, empuñó unas tijeras a modo de espada y fue caminando hasta el taller. Cuando llegó, observó que el papel en el que había querido plasmar a su musa, a la fuerza, no solo estaba extendido en el suelo, sino que además se había llenado de colores.
La mujer se acercó con lágrimas en los ojos. La figura del boceto estaba llena de flores y frutos, despedía un aroma penetrante y un cántico que sonaba como una cascada.
–¡Perdóname! por favor, perdóname –dijo la mujer arrepentida.
–Yo era tu musa, no tu esclava. Florezco cuando se trabaja con tesón y cariño, cuando hay inspiración real o sencillamente cuando se me deja tranquila. Me marcho a otro jardín de ideas, en el que sea libre.
La musa se separó del papel y se fue caminando con sus muchas raíces.
La mujer agarró la hoja, ahora blanca, y lloró sobre las huellas que habían dejado las arrugas. El desánimo pobló los rincones de su casa.
Transcurrieron días llenos de largos silencios, solo rotos por sus lamentos.
Una tarde mientras cocinaba, el aroma de la albahaca mezclada con la pimienta y el aceite de oliva, le hizo recordar las tardes en que la abuela preparaba el aliño de su plato favorito al compás de unas estrofas, que al principio tímidamente y luego con más énfasis, la mujer se puso a cantar:
Los abrazos de mi hombre
huelen a pimiento
y a brotes de albahaca fresca
su boca y su aliento.
Y cuando mi hombre me besa
tiene un olorcillo
a romero con anís
y hojas de tomillo.
Las caricias de mi hombre
huelen a jazmín
al tocar todo mi cuerpo
de principio a fin.
Y al rozarme con los labios
sobre la cintura
sale un aroma a frutilla
hecha en confitura.
Al ritmo de la melodía, la mujer se puso a bailar y una ola de alegría le invadió. Sintió deseos de plasmar la cara de la abuela en un lienzo, así que dejó la comida cociéndose a fuego lento y con máximo respeto buscó los pinceles y los pigmentos.
Reconoció sus utensilios uno a uno, y con las cerdas de un pincel seco recorrió el lienzo, como haciéndole cosquillas. Dejó que la mano transitara sinuosa sobre la superficie, que el tiempo se amalgamara con el espacio, que su mente paseara equina, dejando las imágenes libres, como crines que mueve el aire. Luego mojó el pincel en pigmento y emprendió el camino conocido y siempre imprevisto de crear.
Al rato de estar pintando, escuchó un ligero sonido y pudo ver que en un hoyito de su paleta, una musa, nacía tímidamente.