Una vez leí que en la vida nos vamos encontrando con personas que caminan con nosotros durante un tiempo, algunas que simplemente están a nuestro lado lo que dura un viaje en tren o un trayecto en metro y otras que se convierten en compañeros fieles de travesía. Pues bien, Judith es esa compañera de ruta que siempre te vas encontrando en diferentes puntos del sendero a lo largo de los años.
Hace tiempo que quiero que suba a este trapecio de tinta, sé que aquí se encontraría en su salsa, rodeada de proyectos creativos en movimiento y de mentes despiertas como la suya, pero los deseos tardan a veces en cumplirse.
Esta semana, con la excusa de la celebración de la Semana de la Creatividad (2013 World Creativity Innovation Week), supe que tenía el mejor anzuelo para que picara y me dijese: «SÍ».
Ojalá este artículo que le propuse escribir expresamente para ser publicado hoy aquí sea el inicio de una futura colaboración que se prolongue en el tiempo.
Judith Vives es un espíritu inquieto, mirad sino como se define en su perfil de Twitter: periodista, cinéfila, lectora, bloguera, culturalmente inquieta, curiosa en general y promotora de @llegimipiulem (una tertúlia literaria 2.0. donde se comparte la experiencia lectora de obras de la literatura catalana en Twitter); @hotelelectric (un alojamiento para iniciativas de promoción y difusión del cine y el audiovisual y desde donde se organizan proyecciones, cinefórums, cursos y espacios de debate); @cinemacatala (una plataforma 2.0 que difunde y reivindica el cine catalán) y @ilurocraft (porque Judith siempre está innovando y ha sido de las que se ha apuntado a hacer ganchillo, el nuevo yoga y una de las últimas tendencias urbanas). Queda demostrado de sobra que si hay una palabra que la defina esa es: «polifacética».
Ella sabe de mi pasión por el cine, igual que yo conozco la suya, por eso nada mejor que invitarla a escribir sobre el cine y la imaginación. Nadie mejor que ella para hacerlo. Os diré que Judith ejerce de crítica cinematográfica en diversos medios (La Butaca, Nuvol.com, Ciutat Oci, revista Valors) y que ha colaborado en la organitzación de la Muestra de Cine de Mataró y de diversos cinefórums de la comarca del Maresme (Barcelona), además de publicar sobre cine, cultura y comunicación en su blog personal (Espai Isidor) que inició ahora hace 10 años, en 2003.
Mi propuesta fue enviarle esta pregunta: ¿Es el cine uno de los territorios ideales para cultivar la fantasía y la imaginación?…
EN LA SEMANA DE LA CREATIVIDAD:
EL CINE DE LA IMAGINACIÓN, O COMO HACER POSIBLE OTROS MUNDOS, por JUDITH VIVES
Hace unos días recibí la propuesta de mi amiga Cayetana para participar en la Semana de la Creatividad que celebra en su blog TrapezideTana, un espacio sugerente donde perderse entre palabras, creación e ideas en movimiento. Me propuso un reto y acepté de inmediato. Cayetana me pidió que respondiera a esta pregunta: ¿Es el cine uno de los territorios ideales para cultivar la fantasía y la imaginación?
Mi respuesta, por supuesto, es un SÍ rotundo y en mayúsculas, pues desde luego no se me ocurre un campo mejor abonado que la pantalla de un cine para dar rienda suelta a la imaginación. Sé muy bien que me diréis que lo mismo se podría pensar de los libros, la música o la pintura. Pero nada mejor que el cine, el séptimo arte, para aglutinar todo lo mejor de todas las demás disciplinas artísticas: las palabras, la música, la imagen, la luz, el espacio, el movimiento y el silencio. Con estos pocos ingredientes y gran creatividad se puede hacer mucha magia y así ha sido desde 1895, año de su invención por los Hermanos Lumière. Desde sus primeros pasos como truco de feria hasta las millonarias producciones digitales del siglo XXI, el cine no ha dejado de ejercer como transmisor de fantásticas maravillas.
Estos días en Barcelona se puede visitar una recomendable exposición sobre Georges Méliès, uno de los grandes pioneros del séptimo arte y el creador, por así decirlo, de la línea imaginativa y fantástica de la narrativa cinematográfica. Los Lumière aplicaron su invento para documentar pequeños hechos de la realidad cotidiana, gestos de personas y paisajes de ciudades. Méliès dejó claro que el nuevo invento de los Lumière no iba a servir solo para captar el movimiento del mundo real, y que a través del pequeño objetivo había espacio también para convertir nuestros más grandes sueños —y alguna que otra pesadilla— en realidad. Porque nos gusta conocer el mundo que nos rodea, pero todavía nos gusta más imaginar otros mundos posibles; y el cine, con su magia, los ha hecho posibles.
En sus cien y pocos años de existencia, el cine se ha debatido entre la ensoñación de la fantasía y el compromiso con lo real. De la misma manera que a menudo se confronta el cine comercial asociado al glamour de Hollywood con el llamado “cine de autor” o “cine alternativo”. De las tensiones entre estos polos opuestos han ido surgiendo nuevos lenguajes, nuevos géneros y nuevos formatos con los que seguir dando rienda suelta a la imaginación, la de los creadores y la de nosotros, los espectadores, siempre dispuestos a disfrutar de una buena historia. Ya sean las viejas películas mudas de Charles Chaplin o el delirio digital de Matrix con el que el cine recibió al siglo XXI, el fin siempre es el mismo: encantarnos con una historia. Por eso no creo que se pueda establecer un único y definido territorio para la imaginación y la creatividad en el cine.
No me cabe la menor duda. El cine es un territorio universal, sin nacionalidad y sin fronteras, como lo es el propio terreno de la fantasía y la imaginación. Sin duda, igual de importantes han sido los géneros clásicos o las aportaciones que desde la misma industria de Hollywood hicieron directores como Steven Spielberg o George Lucas a finales de los setenta; como decisivas han sido también las obras surgidas desde la más radical independencia (pienso por ejemplo en el cine de vanguardias, en el underground de John Cassavetes), en el frescor de los nuevos cines europeos, o en las miradas propias de cinematografías lejanas, como la japonesa o la iraní. Igual de creativo me parece el ya consolidado cine de Quentin Tarantino, que bebe de un montón de fuentes con las que ha conseguido crear su propio lenguaje; como la apuesta de nuevos directores españoles como Carlos Vermut (os recomiendo Diamond Flash), que se mueve en el cine low-cost, sin presupuesto, pero lleno de grandes ideas e imaginación. No importa, pues ante una pantalla de cine los espectadores no cuentan los números, sino la magia, aquella capacidad única de hacer lo imposible, realidad.
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